martes, 20 de mayo de 2014

Realmente no hay nada mejor, que hacerle el amor a una mujer.

Ver la expresión de su rostro cada vez que hacíamos el amor, era lo más hermoso que había visto. Verla estallar de placer, era como darme el poder de seguir haciéndola mía. Ver cada estructura de su cuerpo, era llenarme de dicha indescriptible. Esa mujer, sabía como hacerme dejar la cordura y entregarme a la lujuria. Esa mujer, era mi perdición. Esa mujer, era exactamente como yo la había imaginado. Me quedo atónita al imaginar cada experiencia a su lado, cada amanecer juntas. Cada parte suya, tenía una suavidad única, además de un olor exquisito. Me encantaba su olor, su sabor y ella lo sabía. La desnudaba con una delicadeza extrema, como tratando de no lastimarla. Me parecía tan frágil. Verla acostada a mi lado, era ver a una diosa, a la musa que me inspiraba cada día. Ella era exactamente aquella mujer que hacía que dejará todo, sólo para estar con ella. Era tan perfecta, lo era para mí. Pero había algo que hacía que toda la felicidad acumulada, se desvaneciera. Se desvaneciera en un dos por tres. Igual no me importaba, yo la amaba con todo mi ser y era mía. La mujer de la que escribo, seguirá acompañándome cada vez que cierre los ojos. La mujer de la que escribo, estará siempre conmigo; porque esa mujer, vive en mis sueños...

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